SONG: KNOCK KNOCK, TRICK OR TREAT
Escrito por M.ANTONIA LOPEZ LOPEZ, jueves 29 de septiembre de 2022 , 22:45 hs , en Inglés



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  • Rocio Gamboa el jueves 9 de octubre de 2025, 10:08 hs

    Las etiquetas de los extintores: la clave silenciosa de la seguridad contra incendios

    En un pasillo de colegio, en una nave industrial o tras la barra de un restaurante, siempre hay un guardián rojo colgado discretamente en la pared. Ese cilindro que, a veces, parece parte del decorado es, en realidad, el primer aliado frente a una emergencia. Y en su superficie, una etiqueta que pocos leen con atención, pero que contiene toda la información necesaria para salvar vidas. Porque sí: las etiquetas de los extintores no son un adorno; son el mapa que guía la respuesta correcta cuando el fuego irrumpe sin avisar.

    En tiempos donde la protección contra incendios es una exigencia normativa y moral, sobre todo en centros educativos, hospitales y espacios públicos, entender lo que dicen esas etiquetas se ha convertido en una obligación compartida. No es exageración, es prevención. Es cultura de seguridad.

    Las etiquetas no solo informan: instruyen, advierten y certifican. Y conocer su lenguaje puede marcar la diferencia entre un incidente controlado y una tragedia. Antes de seguir, detengámonos en la herramienta esencial que respalda toda esta cadena de seguridad: los extintores, auténticos centinelas del día a día.

    El código visual del fuego: cómo leer una etiqueta de extintor

    Cada extintor lleva impresa una suerte de “documento de identidad” que indica su capacidad, tipo de agente extintor, fecha de fabricación, homologaciones, instrucciones de uso y clase de fuego para la que es apto. A simple vista, puede parecer una sopa de letras y números, pero en realidad es un sistema de comunicación universal, pensado para actuar rápido en el momento más tenso.

    En esa etiqueta encontrarás datos como el número de norma UNE que garantiza su certificación, el nombre del fabricante y la presión de servicio. Pero lo más importante —lo que debe grabarse en la mente de quien lo usa— son las clases de fuego que el extintor puede combatir.

    Clase A: los fuegos de materiales sólidos

    Son los incendios más comunes, los que devoran madera, papel, textiles o cartón. Si el fuego arde con brasa, es Clase A. Los extintores con esta clasificación emplean agua pulverizada o espuma. En colegios, bibliotecas o despachos, esta es la clase de fuego más probable.

    Clase B: líquidos inflamables

    Aquí entran los aceites, pinturas, gasolina o disolventes. El fuego líquido, como el que puede nacer en una cocina profesional, se apaga con polvo químico seco o espuma. Su etiqueta suele mostrar una llama sobre un cuadrado, símbolo de peligro y control.

    Clase C: incendios eléctricos

    El más traicionero. Un cortocircuito en el cuadro eléctrico, un cable en mal estado, una sobrecarga en el aula de informática. Para estos casos, el polvo químico seco es el agente por excelencia. Jamás agua. Y en su etiqueta verás un rayo —el aviso universal de peligro eléctrico—.

    Clase D y F: los fuegos industriales y de aceites de cocina

    Los incendios de metales (Clase D) o los de aceites vegetales y grasas (Clase F) son menos comunes, pero extremadamente peligrosos. Requieren productos especiales. En una cocina industrial o un taller metalúrgico, no basta con tener un extintor cualquiera. La etiqueta debe especificar con claridad el tipo de fuego que puede afrontar.

    Más allá de los símbolos: lo que certifica una etiqueta

    Una etiqueta no solo clasifica incendios. También certifica que el equipo cumple con la normativa vigente, como el Reglamento de Instalaciones de Protección Contra Incendios (RD 513/2017), y que ha pasado las inspecciones correspondientes. Incluye el sello del organismo que lo ha homologado y la fecha límite para su revisión.

    Un extintor sin etiqueta visible, deteriorada o ilegible es, literalmente, un riesgo. No solo porque podría no funcionar correctamente, sino porque impide identificar qué tipo de fuego puede extinguirse con seguridad. En un entorno educativo, esa negligencia puede costar más que una sanción: puede poner en peligro vidas.

    Por eso, insistimos en la importancia de revisar no solo el manómetro o el precinto, sino también la etiqueta, ese pequeño documento que, como un pasaporte, acredita que el equipo está listo para intervenir. Y si hablamos de equipos de calidad y mantenimiento profesional, conviene saber que cada extintor debe ser revisado al menos una vez al año por una empresa habilitada.

    El mantenimiento: el otro lenguaje del compromiso

    El mejor extintor del mundo se convierte en un adorno si no se mantiene adecuadamente. De nada sirve que la etiqueta esté impecable si el polvo químico está apelmazado o si la presión ha caído por debajo de lo permitido. El mantenimiento es, en sí mismo, otra forma de lectura: cada sello, cada firma, cada fecha anotada en la etiqueta cuenta una historia de responsabilidad.

    Las revisiones periódicas garantizan que los equipos estén operativos, que las válvulas respondan, que los manómetros indiquen presión correcta y que las etiquetas sigan siendo legibles. Todo esto forma parte de la llamada protección activa contra incendios, el conjunto de sistemas que actúan directamente para extinguir o controlar un incendio en su fase inicial.

    Centros educativos: cuando la prevención es también pedagogía

    En colegios e institutos, los extintores y sus etiquetas no solo son herramientas de seguridad: son también instrumentos de enseñanza. Los planes de autoprotección exigen que el personal conozca la ubicación de los equipos y su modo de uso, pero también que los alumnos comprendan su función.

    Educar en prevención es sembrar conciencia. Mostrar a los más jóvenes que la etiqueta de un extintor no es un papel técnico, sino una guía para actuar con criterio, es una lección para toda la vida. En esos espacios, la protección contra incendios deja de ser un asunto técnico para convertirse en un acto de comunidad.

    Errores comunes al interpretar etiquetas de extintores

    Uno de los fallos más habituales es asumir que todos los extintores sirven para todo tipo de fuego. Nada más lejos de la realidad. Usar agua sobre un incendio eléctrico, por ejemplo, es una temeridad. Otro error frecuente es no comprobar la fecha de recarga o confundir las letras de clase (A, B, C, D, F) con códigos de modelo.

    También es común que en espacios con alta rotación —como locales comerciales o centros de ocio— las etiquetas terminen cubiertas de polvo, pintura o grasa, volviéndose ilegibles. Un extintor en esas condiciones no cumple su misión informativa, y por tanto, tampoco su función legal.

    Normativa, responsabilidad y cultura de seguridad

    Las etiquetas de los extintores son, en definitiva, un documento de cumplimiento legal. Representan la trazabilidad del equipo, su origen, su capacidad operativa y su compromiso con la seguridad colectiva. No es un detalle menor: es la prueba visible de que el lugar donde se instala cumple con la normativa y respeta la vida.

    El reglamento exige que cada extintor esté correctamente identificado y ubicado, visible, accesible y con su señalización correspondiente. No se trata de llenar paredes con cilindros rojos, sino de mantener una red coherente de seguridad donde cada etiqueta cuente algo claro: qué hace ese extintor y cuándo fue la última vez que alguien lo miró de verdad.

    Leer la etiqueta, entender la prevención

    En un mundo donde la inmediatez manda y lo visual a menudo se pasa por alto, detenerse a leer la etiqueta de un extintor es un acto de inteligencia preventiva. No hay heroísmo en improvisar frente al fuego; lo hay en prepararse antes. Y eso empieza por saber interpretar un conjunto de letras, números y símbolos que, en apariencia, no dicen nada… pero en realidad, lo dicen todo.

    Porque entender las etiquetas de los extintores es comprender que la seguridad no depende del azar, sino del conocimiento. Y cuando ese conocimiento se extiende a cada aula, cada cocina o cada taller, no solo se cumplen normativas: se protegen vidas.

    Y ahí, precisamente ahí, reside la grandeza de la prevención.

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