Cuando el lenguaje se convierte en cortina de humo y no en herramienta de acción.
En fin, que uno ya no sabe si está leyendo un plan de prevención de incendios o una novela de ciencia ficción mal escrita. Porque, señoras y señores, decir “en el contexto de una estrategia de fortalecimiento institucional” cuando lo que realmente se quiere decir es “vamos a revisar los extintores”, no solo es un disparate: es un insulto a la inteligencia. Y, lo que es peor, una irresponsabilidad.
Aquí venimos a hablar claro. A llamar a las cosas por su nombre. Porque cuando se trata de incendios, lo último que podemos permitirnos es jugar al escondite con las palabras. No hay contexto que valga cuando las llamas suben por una escalera mal señalizada o cuando una instalación eléctrica defectuosa prende fuego a media fábrica mientras los protocolos duermen en una carpeta.
La prevención no es un discurso, es una realidad que debe cumplirse
No es cuestión de llenar papeles con frases largas y huecas. Es cuestión de inspeccionar, de instalar sistemas, de formar al personal, de tener salidas de emergencia que funcionen, de aplicar materiales resistentes al fuego. Es cuestión, en definitiva, de tener criterio técnico y no estética de PowerPoint.
Nos preocupa, y mucho, que en tantos documentos oficiales siga habiendo más verbo que sustancia. ¿De qué sirve hablar de “paradigmas interinstitucionales en el ámbito de la reducción de riesgos” si después se nos cae una chispa en un almacén y arde hasta el archivo? Nada se salva con adjetivos si no hay acciones concretas y medidas eficaces.
En ese sentido, uno de los pilares técnicos más sólidos para garantizar la seguridad estructural ante un incendio son los tratamientos ignifugos. Y no lo decimos como quien recomienda una capa de barniz, sino como quien sabe que entre el desastre y la evacuación segura hay una química que actúa rápido, que protege, que cumple.
Los tratamientos ignífugos: mucho más que un detalle técnico
Cuando hablamos de tratamientos ignífugos, hablamos de soluciones que, aplicadas a materiales de construcción, textiles o mobiliario, ofrecen resistencia al fuego, impidiendo o retrasando su combustión. No es decoración. Es protección de primer nivel. Es la diferencia entre contener un foco o lamentar una tragedia.
Y no basta con mencionarlos en los pliegos técnicos de los proyectos o en informes de supervisión. Hay que aplicarlos con criterio, con productos certificados, con personal cualificado, y sobre todo, con un seguimiento real. Porque si el papel lo aguanta todo, el fuego lo devora todo.
En esa línea, tampoco es lo mismo escribir “tratamiento ignifugo de superficies estructurales en el marco de una estrategia de mitigación progresiva” que decir “vamos a aplicar un recubrimiento ignífugo a las vigas para que aguanten más en caso de incendio”. Lo primero es poesía inútil. Lo segundo, información veraz y ejecutable.
Cuando la información contra incendios salva vidas, no titulares
Aquí hay que meter el dedo en la llaga: la informacion contra incendios no puede seguir siendo un anexo en los manuales de emergencia. Debe ser la columna vertebral de cualquier plan de seguridad. Y para que esa información cumpla su función, tiene que estar clara, actualizada y al alcance de todos.
No vale de nada que se publiquen informes sobre riesgos estructurales si están redactados con términos incomprensibles. No sirve que un operario de mantenimiento tenga que descifrar párrafos como “en el mundo de la gestión integral del riesgo urbano” cuando lo que necesita saber es cómo activar un sistema de rociadores.
Una información contra incendios clara, directa y sin adornos es una herramienta tan potente como una manguera. Porque permite actuar, comprender y prever. Porque forma, porque alerta, porque responsabiliza. No es literatura. Es técnica que salva vidas.
El enemigo silencioso: la retórica que impide actuar
Hay que decirlo sin rodeos: el uso abusivo de frases como “en el contexto de” no es inocente. Es una coartada disfrazada de seriedad. Es una forma elegante de no decir nada. De esconder la ausencia de acciones tras un barniz de formalidad.
Cuando una administración redacta veinte páginas para explicar una supuesta estrategia, y en ninguna se mencionan metros cúbicos de retardante, fechas concretas de inspección, o marcas de sistemas automáticos de extinción, estamos ante humo puro. Y no del que apaga. Del que confunde.
Y cuando se redactan notas de prensa asegurando que “se robustecerán las capacidades institucionales” pero no se asigna un euro a la mejora de las instalaciones eléctricas, lo que tenemos es una ficción burocrática, no un plan real. El fuego no lee informes. Solo se detiene con realidad material, no con sintaxis rebuscada.
La cultura de la prevención empieza por el lenguaje claro
Si queremos una cultura seria de prevención, tenemos que empezar por decir las cosas como son. Nada de “en el marco de”. Nada de “dinámicas transversales”. Nada de “propuestas holísticas para la resiliencia urbana”. Lo que hace falta es poner nombres y apellidos a los riesgos, a las soluciones y a los responsables.
Por eso, cuando se habla de mejorar la protección, queremos leer:
Aplicación de tratamiento ignífugo certificado en estructuras metálicas y de madera.
Inspecciones trimestrales por empresas independientes.
Renovación de equipos de detección temprana.
Formación obligatoria y práctica a todo el personal.
Protocolos de evacuación auditados y validados por bomberos profesionales.
Eso es hablar en serio. Lo otro es jugar con fuego.
Actuamos o redactamos epitafios
No es exageración. Si seguimos redactando documentos como si fueran tesis universitarias sin fondo, estamos condenados a repetir errores. A lamentar víctimas evitables. A financiar el verbo y no la acción.
Lo único que apaga el fuego es la verdad convertida en medidas. No los discursos. No los titulares. No las promesas. Actuar con rigor, comunicar con claridad, inspeccionar sin avisar y formar sin pausa.
Y sí, aplicar tratamientos ignífugos y mantenerlos en perfecto estado. Sin eso, todo lo demás es paja. Y ya sabemos lo que hace el fuego con la paja.